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Cincuenta Sombras Mas Oscuras = Fifty Shades Darker: Trilogia Cincuenta Sombras

Autor E. L. James Traducere de Montse Roca
es Limba Spaniolă Paperback – iul 2012
“La novela erótica que ha revolucionado a las mujeres de Estados Unidos”. —The New York Times

Intimidada por las peculiares prácticas eróticas y los oscuros secretos del atractivo y atormentado empresario Christian Grey, la joven Anastasia Steele decide romper con él y embarcarse en una nueva carrera profesional en una editorial de Seattle.
 
Pero el deseo por Christian todavía domina cada uno de sus pensamientos y, cuando finalmente él le propone retomar su aventura, Ana no puede resistirse. Sin embargo, al reanudar su tórrida y sensual relación, Ana averiguará aún más del doloroso pasado del impetuoso y exigente Cincuenta Sombras, como ella le llama.
 
Mientras Christian lucha contra sus propios demonios, Ana debe enfrentarse a la ira y la envidia de las mujeres que la precedieron y tomar la decisión más importante de su vida.
 
“La exitosa combinación de historia romántica y juego erótico de alto voltaje que ha tocado la fibra de muchas mujeres”. —Daily News
 
Para público adulto
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Specificații

ISBN-13: 9780345804273
ISBN-10: 0345804279
Pagini: 588
Dimensiuni: 132 x 203 x 28 mm
Greutate: 0.42 kg
Editura: VINTAGE BOOKS
Seria Trilogia Cincuenta Sombras


Recenzii

“La exitosa combinación de historia romántica y juego erótico de alto voltaje que ha tocado la fibra de muchas mujeres”. —Daily News

“La novela erótica que ha revolucionado a las mujeres de Estados Unidos”. —The New York Times

Notă biografică

E L James ha desempeñado cargos ejecutivos en televisión. Está casada, tiene dos hijos y vive en Londres. De niña, soñaba con escribir historias que cautivarían a los lectores, pero postergó sus sueños para dedicarse a su familia y a su carrera. Finalmente reunió el coraje para escribir su primera novela Cincuenta sombras de Grey. Es también la autora de Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas.

Extras

Prólogo

Él ha vuelto. Mamá está dormida o vuelve a estar enferma. Yo me escondo y me acurruco debajo de la mesa de la cocina. Veo a mamá a través de mis dedos. Está dormida en el sofá. Su mano cae sobre la alfombra verde y pegajosa, y él lleva sus botas grandes con la hebilla brillante y está de pie junto a mamá, gritando.
 
Pega a mamá con un cinturón. «¡Levanta! ¡Levanta! Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta.»
 
Mamá hace un ruido, como si sollozara. «Para. Por favor, para.» Mamá no grita. Mamá se acurruca más.
 
Yo tengo los dedos metidos en las orejas, y cierro los ojos. El ruido cesa.
 
Él se da la vuelta y veo sus botas cuando irrumpe en la cocina.
 
Todavía lleva el cinturón. Intenta encontrarme.
 
Se agacha y sonríe. Huele mal. A cigarrillos y alcohol. «Aquí estás, mierdecilla.»
 
Un gemido escalofriante le despierta. ¡Dios! Está empapado en sudor y su corazón late desaforadamente. ¿Qué coño? Se sienta de un salto en la cama y se coge la cabeza con ambas manos. Dios… Han vuelto. El ruido era yo. Respira profunda y acompasadamente, para despejarse la mente y las fosas nasales del olor a bourbon barato y a cigarrillos Camel rancios.
 
 
 
 
He sobrevivido al tercer día post-Christian, y a mi primer día en el trabajo. Me ha ido bien distraerme. El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras nuevas, trabajo por hacer y el señor Jack Hyde. El señor Jack Hyde… se apoya en mi mesa, y sus ojos azules brillan cuando baja la mirada y me sonríe.
 
—Un trabajo excelente, Ana. Me parece que formaremos un gran equipo.
 
Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.
 
—Yo ya me voy, si te parece bien —murmuro.
 
—Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.
 
—Buenas tardes, Jack.
 
—Buenas tardes, Ana.
 
Recojo mi bolso, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la parada del autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando cómo será estar sin mi querido Wanda, mi viejo Escarabajo… o sin el Audi.
 
Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en él. Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que él ha sido muy generoso con el pago, y eso me deja un sabor amargo en la boca, pero aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdida como sea posible. No puedo pensar en él. No quiero empezar a llorar otra vez… en plena calle, no.
 
El apartamento está vacío. Echo de menos a Kate, y la imagino tumbada en una playa de Barbados bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo la pantalla plana del televisor para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía, pero ni la escucho ni la miro. Me siento y observo fijamente la pared de ladrillo. Estoy entumecida. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que soportar esto?
 
El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un brinco en el corazón. ¿Quién puede ser? Pulso el interfono.
 
—Un paquete para la señorita Steele —contesta una voz monótona e impersonal, y la decepción me parte en dos.
 
Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una gran caja de cartón. Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y, curiosamente, liviana. Dentro hay dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta.
 
Felicidades por tu primer día en el trabajo.
Espero que haya ido bien.
Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.
Ocupa un lugar preferente en mi mesa.
Christian
 
Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha. Sin duda, esto lo ha enviado su asistente. Probablemente Christian ha tenido muy poco que ver. Me duele demasiado pensar eso. Observo las rosas: son preciosas, y no soy capaz de tirarlas a la basura. Voy hacia la cocina, diligente, a buscar un jarrón.
 
 
 
Y así se establece un patrón: despertar, trabajar, llorar, dormir. Bueno, tratar de dormir. No consigo huir de él ni en sueños. Sus ardientes ojos grises, su mirada perdida, su cabello castaño y brillante, todo me persigue. Y la música… tanta música… no soporto oír ningún tipo de música. Procuro evitarla a toda costa. Incluso las melodías de los anuncios me hacen temblar.
 
No he hablado con nadie, ni siquiera con mi madre, ni con Ray. Ahora mismo soy incapaz de tener una conversación banal. No, no quiero nada de eso. Me he convertido en mi propia isla independiente. Una tierra saqueada y devastada por la guerra, donde no crece nada y cuyo porvenir es inhóspito. Sí, esa soy yo. Puedo interactuar de forma impersonal en el trabajo, pero nada más. Si hablo con mamá, sé que acabaré más destrozada aún… y ya no me queda nada por destrozar.
 
 
 
Me cuesta comer. El miércoles a la hora del almuerzo conseguí comerme una taza de yogur, y era lo primero que había comido desde el viernes. Estoy sobreviviendo gracias a una recién descubierta tolerancia a base de cafés con leche y Coca-Cola light. Lo que me mantiene en marcha es la cafeína, pero me provoca ansiedad.
 
Jack ha empezado a estar muy encima de mí, me molesta, me hace preguntas personales. ¿Qué quiere? Yo me muestro educada, pero he de mantenerle a distancia.
 
Me siento y reviso un montón de correspondencia dirigida a él, y me gusta distraerme con esa tarea insignificante. Suena un aviso de correo electrónico y rápidamente compruebo de quién es.
 
Santo cielo. Un correo de Christian. Oh, no, aquí no… en el trabajo no.
 
 
De: Christian Grey
Fecha: 8 de junio de 2011 14:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Mañana
 
Querida Anastasia:
Perdona esta intromisión en el trabajo. Espero que esté yendo bien.
¿Recibiste mis flores?
Me he dado cuenta de que mañana es la inauguración de la exposición de tu amigo en la galería, y estoy seguro de que no has tenido tiempo de comprarte un coche, y eso está lejos. Me encantaría acompañarte… si te apetece.
Házmelo saber.
 
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
 
 
Mis ojos se llenan de lágrimas. Dejo mi mesa a toda prisa, corro al lavabo y me escondo en uno de los compartimentos. La exposición de José. Maldita sea. La había olvidado por completo y le prometí que iría. Oh, no, Christian tiene razón, ¿cómo voy a ir hasta allí?
 
Me aprieto las sienes. ¿Por qué no me ha telefoneado José? Ahora que lo pienso… ¿por qué no ha telefoneado nadie? He estado tan absorta que no me he dado cuenta de que mi móvil no sonaba.
 
¡Maldita sea! ¡Soy una idiota! Aún está desviado a la BlackBerry. Dios santo. Christian ha estado recibiendo mis llamadas; a menos que haya tirado la BlackBerry. ¿Cómo ha conseguido mi dirección electrónica?
 
Sabe qué número calzo; no creo que una dirección de correo electrónico le suponga un gran problema.
 
¿Puedo volver a verle? ¿Puedo soportarlo? ¿Quiero verle? Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás, mientras la tristeza y la añoranza destrozan mis entrañas. Claro que sí.
 
Quizá, quizá puedo decirle que he cambiado de idea… No, no, no. No puedo estar con alguien que siente placer haciéndome daño, alguien que no puede quererme.
 
Fogonazos de recuerdos torturan mi mente: el planeador, cogerse las manos, besarse, la bañera, su delicadeza, su humor, y su mirada sexy, oscura, pensativa. Le echo de menos. Hace cinco días, cinco días de agonía que me han parecido eternos.
 
Por las noches lloro hasta quedarme dormida, deseando no haberme marchado, deseando que él fuera diferente, deseando que estuviéramos juntos. ¿Cuánto durará este sentimiento horrible y abrumador? Vivo un calvario.
 
Me rodeo el cuerpo con los brazos, me abrazo fuerte, me sostengo a mí misma. Le echo de menos. Realmente le echo de menos… le quiero. Sencillamente.
 
¡Anastasia Steele, estás en el trabajo! He de ser fuerte, pero quiero ir a la exposición de José y, en el fondo, mi lado masoquista quiere ver a Christian. Inspiro profundamente y vuelvo a mi mesa.
 
 
De: Anastasia Steele
Fecha: 8 de junio de 2011 14:25
Para: Christian Grey
Asunto: Mañana
 
Hola, Christian:
Gracias por las flores; son preciosas.
Sí, te agradecería que me acompañaras.
Gracias.
 
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
 
 
Reviso mi móvil y veo que las llamadas siguen desviadas a la BlackBerry. Jack está en una reunión, así que llamo rápidamente a José.
 
—Hola, José, soy Ana.
 
—Hola, desaparecida.
 
Su tono es tan cariñoso y agradable que casi basta con eso para provocarme otra crisis.
 
—No puedo hablar mucho. ¿A qué hora he de estar mañana en tu exposición?
 
—Pero ¿vendrás?
 
Parece emocionado.
 
—Sí, claro.
 
Al imaginar su gesto de satisfacción, sonrío sinceramente por primera vez en cinco días.
 
—A las siete y media.
 
—Pues nos vemos allí. Adiós, José.
 
—Adiós, Ana.
 
 
De: Christian Grey
Fecha: 8 de junio de 2011 14:27
Para: Anastasia Steele
Asunto: Mañana
 
Querida Anastasia:
¿A qué hora paso a recogerte?
 
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
 
 
De: Anastasia Steele
Fecha: 8 de junio de 2011 14:32
Para: Christian Grey
Asunto: Mañana
 
La exposición de José se inaugura a las 19.30. ¿A qué hora te parece bien?
 
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
 
 
De: Christian Grey
Fecha: 8 de junio de 2011 14:34
Para: Anastasia Steele
Asunto: Mañana
 
Querida Anastasia:
Portland está bastante lejos. Debería recogerte a las 17.45.
Tengo muchas ganas de verte.
 
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
 
 
De: Anastasia Steele
Fecha: 8 de junio de 2011 14:38
Para: Christian Grey
Asunto: Mañana
 
Hasta entonces, pues.
 
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
 
 
Oh, Dios. Voy a ver a Christian, y por primera vez en cinco días, mi estado de ánimo mejora un ápice y me atrevo a preguntarme cómo habrá estado él.
 
¿Me ha echado de menos? Seguramente no como yo a él. ¿Ha encontrado a una nueva sumisa de dondequiera que las saque? Esa idea me hace tanto daño que la desecho inmediatamente. Miro el montón de correspondencia que he de clasificar para Jack, y me pongo a ello, mientras lucho por expulsar a Christian fuera de mi mente una vez más.
 
Por la noche doy vueltas y vueltas en la cama intentando dormir. Es la primera vez en varios días que no he llorado hasta quedarme dormida.
 
Visualizo mentalmente la cara de Christian la última vez que le vi, cuando me marché de su apartamento. Su expresión torturada me persigue. Recuerdo que él no quería que me fuera, lo cual me resultó muy extraño. ¿Por qué iba a quedarme si las cosas habían llegado a un punto muerto? Los dos evitábamos nuestros propios conflictos: mi miedo al castigo, su miedo a… ¿qué? ¿Al amor?
 
Me doy la vuelta, me invade una tristeza insoportable, y me abrazo a la almohada. Él no merece que le quieran. ¿Por qué se siente así? ¿Tiene algo que ver con su infancia? ¿Con su madre biológica, la puta adicta al crack? Esos pensamientos me acechan hasta la madrugada, cuando finalmente caigo agotada en un sueño convulso.
 
El día pasa muy, muy despacio, y Jack se muestra inusualmente atento. Sospecho que es por el vestido morado y las botas negras de tacón alto que le he robado del armario a Kate, pero trato de no pensar demasiado en eso. Decido ir a comprarme ropa con mi primera paga. El vestido me queda más holgado de lo debido, pero finjo que no me doy cuenta.
 
Por fin son las cinco y media, recojo mi chaqueta y mi bolso, e intento mantener la calma. ¡Voy a verle!
 
—¿Sales con alguien esta noche? —pregunta Jack cuando pasa junto a mi mesa al salir.
 
—Sí. No. La verdad es que no.
 
Arquea una ceja y me mira, claramente intrigado.
 
—¿Un novio?
 
Me ruborizo.
 
—No, un amigo. Un ex novio.
 
—A lo mejor mañana te apetece ir a tomar una copa después del trabajo. Has tenido una primera semana magnífica, Ana. Deberíamos celebrarlo.
 
Sonríe, y en su cara aparece una emoción desconocida que me incomoda.
 
Se mete las manos en los bolsillos y sale tranquilamente por la puerta. Veo su espalda que se aleja y frunzo el ceño. ¿Tomar copas con el jefe es buena idea?
 
Meneo la cabeza. Primero he de enfrentarme a una noche con Christian Grey. ¿Cómo voy a hacerlo? Corro al lavabo a darme los últimos toques.
 
Me examino la cara con severidad en el enorme espejo de la pared durante un buen rato. Estoy pálida como siempre, con unos círculos negros alrededor de los ojos demasiado grandes. Se me ve demacrada, angustiada. Ojalá supiera maquillarme. Me pongo un poco de rímel y lápiz de ojos y me pellizco las mejillas, confiando en que cojan un poco de color. Me arreglo el pelo para que me caiga con naturalidad por la espalda, e inspiro profundamente. Tendrá que bastar con eso.
 
Cruzo nerviosa el vestíbulo y, al pasar por recepción, saludo con una sonrisa a Claire. Creo que ella y yo podríamos ser amigas. Jack está hablando con Elizabeth mientras yo voy hacia la puerta, y él corre a abrírmela con una sonrisa enorme.
 
—Pasa, Ana —murmura.
 
—Gracias —sonrío, avergonzada.
 
Fuera, junto al bordillo, Taylor espera. Abre la puerta de atrás del coche. Vacilante, me giro para mirar de reojo a Jack, que ha salido detrás de mí. Está contemplando el Audi SUV, consternado.
 
Me giro de nuevo, me encamino hacia el coche y subo detrás, y allí está él sentado —Christian Grey—, con su traje gris, sin corbata y el cuello de la camisa blanca desabrochado. Sus ojos grises brillan.
 
Se me seca la boca. Está soberbio, pero me mira con mala cara. ¿Por qué?
 
—¿Cuánto hace que no has comido? —me suelta en cuanto entro y Taylor cierra la puerta.
 
Maldita sea.
 
—Hola, Christian. Yo también me alegro de verte.
 
—No estoy de humor para aguantar tu lengua viperina. Contéstame.
 
Sus ojos centellean.
 
Por Dios…
 
—Mmm… He comido un yogur al mediodía. Ah… y un plátano.
 
—¿Cuándo fue la última vez que comiste de verdad? —pregunta, mordaz.
 
Taylor ocupa discretamente su puesto al volante, pone en marcha el coche y se incorpora al tráfico.
 
Yo levanto la vista y Jack me hace un gesto, aunque no sé qué ve a través del cristal oscuro. Le devuelvo el saludo.
 
—¿Quién es ese? —suelta Christian.
 
—Mi jefe.
 
Miro a hurtadillas al guapísimo hombre que tengo al lado y que contrae los labios con firmeza.